El perro es como un niño eterno. Los felinos poseen una de las memorias más portentosas del reino animal
Siempre se ha afirmado que el perro es el mejor amigo del hombre. Sin embargo, en una ocasión escuché decir que un perro es como un hijo que, para ser feliz, necesita de nuestros juegos y protección; mientras que un gato es el amigo del alma, aquel que nunca te negará su compañía. A quién lo dijo no le faltaba razón.
“No lo entiendo —le preguntaba un perro a su amigo, el gato, en un relato que leí hace tiempo—. Es curioso el humano. Nuestro amo nos da de comer y nos quiere a los dos por igual, pero en cambio nos trata de manera diferente. A mí me da cariño, me tira la pelota y me saca a la calle, pero no me deja que le muerda mientras jugamos. Contigo —añadió— no pasea, sin embargo, te acaricia, te hace ronronear y se deja morder y arañar mientras jugáis...”.
Los perros y los gatos son muy diferentes en cuanto a conducta y a necesidades básicas. En ocasiones, los propietarios, por desconocimiento, tratan a sus mascotas de manera similar y esperan de ellos un comportamiento que se ajuste a unas pautas de convivencia básicas, iguales para ambos. Con ello pasan por alto factores importantes como la especie, las experiencias anteriores vividas por el animal —especialmente si su llegada a casa ha tenido lugar en una etapa adulta—, su salud, la existencia de otras mascotas en la familia, la presencia de niños, etc.
El perro fue el primer animal en ser domesticado y, desde entonces, su existencia ha corrido paralela a la del humano. Este pasado común ha forjado en él un modelo de conducta basado en la confianza plena hacia su amo. La docilidad de los perros, que los lleva a acatar cualquier orden que le dé su dueño, incluso hasta el punto de poner en peligro su propia vida, se remonta, pues, a su patrón evolutivo. Debido a ello, un perro siente veneración por su amo, al que considera su protector, un sentimiento similar al que sentiría un hijo hacia su progenitor.
Pese a su proximidad al hombre, los gatos pasan por ser uno de los animales más incomprendidos en nuestra sociedad. Popularmente, de manera injusta, han sido calificados como de ariscos y traicioneros. Los últimos estudios sobre etología felina están contribuyendo a desterrar esta idea. No obstante el hecho de no necesitar de un grupo social para su subsistencia y de su carácter territorial, los gatos establecen vínculos afectivos profundos y duraderos con otros individuos de su especie y con los seres humanos con los que conviven.
Diferentes causas han contribuido a fomentar esta imagen errónea. Una de ellas es que la relación entre un gato y un humano siempre se dará en condiciones de igualdad, de tú a tú, como sucede entre los mejores amigos.
Por otro lado, debido a las supersticiones en las que el hombre ha creído a lo largo de la historia —algunas de ellas vigentes aún— el gato ha sido agredido y torturado durante siglos, provocando que haya aprendido a desconfiar del humano y a sobrevivir por sí mismo. Es algo que quedó grabado a fuego en su interior.
Los gatos poseen, además, una de las memorias más portentosas del reino animal. Si se les traiciona o se les golpea, se retraerán y perderán la confianza en quien lo hizo.
Finalmente, un gato nunca podrá ser obligado a actuar contra su voluntad. Por ello, a diferencia de otros animales, jamás un gato actuó en un circo.
¿Cuál es entonces la mejor manera de relacionarnos con nuestras mascotas?
El perro es como un niño eterno. Adora las caricias humanas, jugar con sus dueños, sentirse querido y protegido, con lo que aguantará estoicamente los juegos y trastadas que puedan hacerle nuestros hijos.
Un gato confiará en el humano si ve que no corre peligro a su lado, si entiende que este no es una amenaza, sino un compañero más. Hay una manera, un truco, para ganarnos su confianza. Es algo muy sencillo y que en la mayoría de las ocasiones da resultado. Se trata de abrir tu corazón a él. El gato comprenderá que no eres un peligro y poco a poco empezará a confiar. Cuánto costará conseguirlo variará de un animal a otro, dependiendo principalmente de si ha sufrido con anterioridad algún episodio de maltrato o, incluso, de lo que le haya transmitido su madre durante los primeros meses de vida. En estos casos es posible que la confianza no se reestablezca nunca, con lo que el gato siempre nos temerá.
Independientemente de si decidimos adoptar un perro o un gato, al hacerlo enriqueceremos extraordinariamente la vida de toda la familia, especialmente la de los niños que, desde pequeños, conocerán y respetarán a los animales y tendrán en ellos a sus mejores amigos y cuidadores